El aguijón silencioso: La energía no sanada detrás del comportamiento pasivo-agresivo
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Todos lo hemos hecho. Decir «Estoy bien» cuando no lo estábamos. Dar un portazo lo suficientemente fuerte como para que se oyera. Ignorar a alguien, esperando que se dieran cuenta de que estábamos dolidos sin tener que decirlo. El comportamiento pasivo-agresivo suele pasar desapercibido. Se manifiesta como un comentario sarcástico en lugar de una conversación sincera. Como ignorar a alguien en vez de expresar dolor. Como postergar la conversación en vez de decir «No quiero». Puede parecer una nimiedad. Puede sonar a indirectas sutiles. Incluso puede sentirse como silencio.
Pero, ¿qué hay debajo de todo eso? Heridas sin cicatrizar. Verdades reprimidas. Una voz a la que nunca se le permitió hablar.
El comportamiento pasivo-agresivo no siempre se trata de ser cruel o manipulador. Se trata de dolor. Específicamente, dolor no expresado, dolor no sanado. Y, con frecuencia, ese dolor no comenzó en tu última relación ni en tu conflicto más reciente. Comenzó mucho antes, cuando tu voz fue ignorada, desestimada, castigada o te hicieron sentir que era "exagerada".
Donde comienza la pasividad-agresividad: El niño interior herido
¿Qué se esconde tras todo esto? Hablemos de las verdaderas raíces de la pasividad-agresividad, porque es más que un simple mal hábito de comunicación. Es energética, emocional y, a menudo, generacional.
Si creciste en un hogar donde se reprimían las emociones, donde el conflicto se sentía peligroso o donde te decían que “dejaras de ser dramático”, probablemente aprendiste una cosa desde muy temprano:
“Es más seguro aguantarse.”
Pero esa energía no desaparece. Permanece latente bajo la superficie. Y, finalmente, encuentra una salida: a través del sarcasmo, la evasión, la actitud defensiva, la manipulación emocional o el retraimiento.
En las relaciones tóxicas o no sanadas, estos hábitos empiezan a parecer normales:
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Esperar que tu pareja simplemente sepa qué está mal.
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Reprimir el resentimiento y luego estallar por una nimiedad.
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Decir “Haced lo que queráis”, pero en secreto esperar que no lo hagan.
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Se desconectan emocionalmente, pero se enfurecen porque no se dan cuenta.
¿Te suena familiar? No estás solo/a. Y no estás roto/a. Pero probablemente haya una versión más joven de ti que todavía intenta sentirse segura… guardando silencio.
Las heridas del niño interior que subyacen al comportamiento
El comportamiento pasivo-agresivo rara vez se trata de un hecho aislado, sino de un patrón. Y esos patrones suelen comenzar en la infancia, especialmente cuando la expresión no era segura ni bien recibida.
La herida de no ser escuchado:
Si te ignoraron, desestimaron o castigaron por alzar la voz, probablemente aprendiste que el silencio era más seguro que la honestidad. Puede que aún conserves la creencia:
“No es seguro decir cómo me siento realmente.”
Así, en lugar de expresarte directamente, la energía de tu verdad se filtra lateralmente, a través de una sutil resistencia, tono o retraimiento.
Si durante tu infancia tus emociones fueron ignoradas o ridiculizadas, puede resultar más seguro expresarte a través del tono de voz, el silencio o el comportamiento en lugar de con palabras directas.
“Si lo digo en voz alta, nadie me escuchará de todos modos.”
La herida del abandono:
Si alguna vez la honestidad te ha valido castigos, ser ignorado o quedar excluido, es posible que tu sistema nervioso asocie la verdad con la desconexión.
“Si digo la verdad, se irán. Así que, en vez de eso, la demostraré con hechos.”
Si el amor fuera condicional, tal vez hayas aprendido que la honestidad pone en riesgo la conexión. Por eso, reprimes tu verdad para ser aceptado, solo para sentir resentimiento después. Esto suele generar ciclos pasivo-agresivos, donde insinúas tu dolor en lugar de arriesgarte al rechazo expresándolo claramente.
“Si soy honesto, me dejarán. Si lo oculto, mantengo el contacto, pero sigo amargado.”
La herida de ser invisible:
Si te sentías invisible a menos que te necesitaran, fueras útil o estuvieras callado, es posible que hayas aprendido a reprimir tu verdad para seguir siendo “digno” de amor.
“Daré indirectas… porque pedir lo que necesito me hace sentir necesitada.”
Tal vez de joven sentías que tus necesidades eran invisibles. De adulto, esto puede convertirse en una comunicación pasivo-agresiva, una forma de decir: «Importo. Estoy sufriendo. Préstame atención», sin tener que pedirlo directamente.
La herida de la confianza y la interconexión:
Si tus primeras experiencias te enseñaron que la vulnerabilidad no era segura, te resultará difícil confiar en que la gente respetará tu verdad. Así que ocultas lo que realmente te pasa, con la esperanza de que lo intuyan.
El coste energético de mantenerlo en
Este patrón de comportamiento no solo obstaculiza la intimidad con los demás, sino que crea una escisión interna. Cuanto más tiempo reprimimos lo que realmente pensamos y sentimos, más nos desconectamos de nuestra verdad, nuestra voz y nuestro poder.
Esto es lo que este patrón realmente hace con el tiempo:
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Crea distancia emocional en las relaciones.
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Refuerza la creencia de que tu voz no importa.
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Te mantiene desconectado de tu versión auténtica y empoderada, la que sabe hablar con claridad y valentía.
Cuanto más tiempo reprimas tu verdad, más fuerte se vuelve el resentimiento y más difícil resulta sentirse visto.
Por último, pero no menos importante, estos comportamientos a menudo conducen a un bloqueo del chakra de la garganta : tu centro energético de la verdad, la comunicación y la autoexpresión.
Un chakra de la garganta bloqueado no solo retiene tus palabras, sino también tus heridas:
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Tensión crónica en la garganta o la mandíbula
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Sentirse incomprendido o constantemente frustrado
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Dificultad para pedir lo que necesitas
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Miedo a la confrontación
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Una tendencia a retraerse emocionalmente
No se trata solo de hábitos. Son síntomas de energía reprimida, de un yo que nunca pudo expresarse libremente.
La sanación comienza con la verdad
No necesitas volverte "confrontativo" para dejar de ser pasivo-agresivo. Simplemente necesitas recuperar tu verdad. La verdadera sanación llega cuando te permites hablar desde un lugar auténtico y con los pies en la tierra. No para herir a los demás, sino para honrarte a ti mismo. Comienza por darte permiso.
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Permítete ser desordenado con tus palabras mientras aprendes.
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Permiso para ocupar espacio en las conversaciones.
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Permiso para decir lo que necesitas sin sentirte culpable.
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Permiso para reescribir la creencia de que hay que guardar silencio para estar a salvo.
El camino para recuperar tu voz
La pasividad-agresividad no significa que seas tóxico. Significa que, en algún momento, aprendiste a usar el silencio como protección. Pero no tienes por qué seguir protegiéndote de una verdad que merece existir fuera de ti.
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Se le permite hablar.
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Tienes derecho a sentir.
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Tienes derecho a sanar esa parte de ti que aún cree que el silencio es tu única opción.
Momento de reflexión
Pregúntate:
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¿Acaso espero que los demás lean mi mente porque tengo miedo de expresarla?
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¿Alguna vez me enseñaron que decir la verdad causaba conflicto o desconexión?
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¿Me cierro cuando me siento herida en lugar de abrirme?
Si la respuesta es sí, esto no es un defecto. Es una herida. Y las heridas se pueden curar.
Que comience tu sanación: con honestidad, con gracia y con la verdad que has guardado dentro por demasiado tiempo. La sanación no empieza gritando más fuerte, sino eliminando los obstáculos que mantuvieron tu verdad oculta desde el principio.
Nuestro Diario de Trabajo con la Sombra y la Verdad fue creado específicamente para este tipo de sanación. Centrado en el chakra de la garganta, este diario te guía suavemente hacia:
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Explora los miedos que mantienen tu voz bloqueada
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Reflexiona sobre aquellos primeros momentos en los que te sentiste silenciado o invisible.
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Practica decir la verdad de una manera que te haga sentir seguro y fuerte.
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Reconstruye tu conexión con una comunicación honesta y centrada en el corazón.
Porque tu voz merece ser escuchada: con claridad, confianza y sin disculpas.